En ese momento reviví las movilizaciones de los camaradas de Lieja y las campañas de apoyo a nivel internacional. La gravedad de los acontecimientos marcó a la niña que era yo.
 
La mayoría de mis amigos de la infancia aprendió la diferencia entre los buenos y los malos a través de los cuentos de Andersen o de Grimm, sin embargo, los niños del García Lorca escuchaban a sus padres contar historias auténticas. Estaban constantemente en contacto con una realidad que no tenía nada que ver con la imaginación de un escritor. Los personajes de sus historias eran de carne y hueso y casi siempre eran los malos, “el malo de Franco” mataba hombres y mujeres o los encarcelaba en prisión durante largos años.
Algunos de nuestros padres no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela durante mucho tiempo; la guerra, la posguerra y las penurias de un época difícil les negaron este derecho fundamental. La mayoría apenas sabía leer o escribir correctamente, sin embargo, esta desventaja no impedía que estos hombres y mujeres estuvieran llenos de sabiduría popular. La experiencia de lo vivido vale por todas las universidades del mundo y supieron transmitírnoslo de manera magistral.
 
El 20 de abril de 1963 la noticia de la muerte de Julián Grimau corrió como la pólvora por todos los hogares de los camaradas de la provincia de Lieja. La desolación y el crimen requerían unas aclaraciones. Una vez más, las injusticias deberían explicarse a los más jóvenes, pero sobre todo, explicarles la valentía de ciertas personas que están dispuestas a cualquier cosa por el bien y el futuro de la colectividad. Una vez más se debería salir a la calle para gritar contra las infamias, una vez más se debería contar que los más fuertes no siempre tienen razón.
 
Puede que sea para no olvidar estas lecciones por lo que era frecuente encontrar una foto de Julián Grimau y su familia sobre el mueble del salón de muchos españoles. Sin embargo, fue mucho más adelante cuando comprendí toda la amplitud de esta parte de la historia contemporánea de mi país. Para mí, esa foto era el recuerdo constante de que la represión se ensañaba con los demócratas. La foto podría haberse extraviado durante las mudanzas, pero no, siempre formó parte de la decoración de nuestra casa e incluso, ahora mismo, ocupa su sitio en mi despacho. Acabo de escuchar en este instante la canción de Violeta Parra, “¿Qué dirá el santo padre?”, dedicada a Julián Grimau: “Mientras más injusticias, señor fiscal, más fuerza tiene mí alma, para cantar. Lindo segar el trigo en el sembrado, regado con tu sangre, Julián Grimau”.
 


Georgina Muñoz Gil
Febrero 2010
 

(1)"Mais, Marcos, cela fait  déjà 30 ans de démocratie. Combien d'années devrons-nous encore attendre pour que mon mari soit réhabilité ?". Des  milliers de personnes qui ont injustement subi ce passé pensent de la sorte. // Muchas personas que injustamente han sufrido este pasado piensan igual.
El día que Julián Grimau fue asesinado
El mes pasado asistí a un homenaje rendido a Marcos Ana. Hacia el final de su intervención mencionó las palabras de Ángela Grimau, con quien se había reunido en París unas semanas antes; “Pero Marcos, llevamos ya 30 años de democracia. ¿Cuántos años más tendremos que seguir esperando para que mi marido sea rehabilitado?”.(1)
VidalaGeorgina Muñoz Gil, en 1970, delante del Club García Lorca de la calle Saint Léonard.
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