Tal vez, instalado en el nuevo tren que le llevaba hacía París, mi padre escribiría el comentario “¿Cuándo volveré?Desgarradora pregunta, teñida de incertidumbre, de dudas y sin embargo cargada de esperanzas. Esta frase la debieron pensar al unísono casi todos los emigrantes que le acompañaban, como una ola gris que arrastra los recuerdos hacia orillas inciertas. Fue la misma pregunta que años atrás y en ese mismo lugar se hicieron miles de compatriotas nuestros, cuando lo que les empujaba fuera de su patria era su dolorosa y dramática huida hacia el exilio político forzoso. (*) La noche y el día siguiente el viaje en el tren debió parecerles interminable hasta que llegaron a la gare d’Austerlitz que abandonaron para hacer trasbordo y dirigirse hacia la gare du Nord dónde salían los trenes para el “Plat Pays”.
La sensación de dolor, real inexorable, y que a penas se podía disimular, les debió helar el alma; en siete años de matrimonio esta era su primera separación. El reencuentro familiar aún debería esperar siete largos meses. Mi padre, Francisco Muñoz Clemente, con una maleta como simple equipaje, tomó el autocar desde Cercs, un pueblecito del Prepirineo hasta Manresa. Desde allí continuó su periplo en un tren de cercanías hasta Barcelona. En la capital anduvo otro trecho hasta llegar a la estación de Francia, lugar de partida o debería decir de estampida de miles de hombres y mujeres hacia el Norte (tres mil trescientos con destino a Bélgica ese año).
Al mes escaso de su viaje hacia Bélgica, mi padre escribe: “Hoy a las 23horas 30 minutos se ha visto la aurora boreal hacía 20 años que también la vi” . El resplandor que aparecería en el cielo nocturno seguramente le recordaría su inminente viaje hacia el norte. La espectacularidad y la belleza de las estructuras y de los colores en el horizonte tal vez le hiciesen pensar en el futuro que quiso para nosotros. Sólo son conjeturas por mi parte, un impulso para suplir el hueco baldío del silencio. No sé cuanto tiempo pudo durar el fenómeno ¿minutos, horas? Tengo la certeza que mi padre supo que estaba asistiendo a un hecho peculiar y digno de ser recordado sea por lo insólito, sea por la simbología que pudo encontrar en la visión de la aurora boreal.
El tren repleto de esa añoranza pegadiza que nunca abandona por completo al que sale de su país, se encarriló hacia Port Bou dónde otra vez más, se hizo un cambio de convoy ya que el ancho de las vías de los trenes franceses eran distintos a los españoles. Psicológicamente todos debieren sentir que en ese preciso momento traspasaban el umbral del no retorno pero también tuvieron la sensación imperante de entrar en un país dónde las libertades amparaban a sus ciudadanos. El antagonismo entre la pena y la alegría debió hacer zozobrar más de un corazón.
“Hoy a las ocho de la noche he llegado a Lieja,Bélgica”. La Gare des Guillemins acogió a esa nueva remesa de obreros no cualificados españoles. En invierno a las ocho de la noche, en Bélgica, no parece descabellado imaginar que una fina lluvia mezclada con algún copo de nieve humedeciera el rostro de mi padre y el de sus compañeros de éxodo. Una lluvia que disimularía más de una lágrima furtiva, coartada oportuna, para verterse anónimamente. El agua traspasó la chaqueta de pana de mi padre, oscura señal premonitoria que todos los días venideros no transcurrirían todos en un camino de rosas.
El caso es, que hoy por hoy, esos recuerdos manuscritos quedarán ahora perennes en mi memoria. El sábado 23 de febrero de 1957 mi padre tomaba un tren rumbo a Bélgica. “ Hoy a las tres de la tarde he salido de Barcelona para Bélgica. ¿Cuándo volveré?”. En esa fría madrugada de invierno, sin pronunciar a penas palabras porqué ya todo estaba dicho y que el hecho de añadir una frase más no hubiese cambiado ya el destino ni el rumbo de las cosas, mi padre se despidió de nosotras fingiendo un porte sereno. La despedida dejó aflorar un cauce vertiginoso de emociones y una incertidumbre opaca que les impregnó con una pena incipiente y lacerante.
En una maleta desvencijada y de colores ajados por el lastre los años, hallé la agenda de mi padre del año 1957. Ese año marcó definitivamente el horizonte de la vida de mi familia. La decisión inapelable de mi padre de emigrar hacia el norte, nos arrastró a un destino absolutamente diferente al que nos hubiese esperado en España. El hallazgo de la agenda de aquel año me reveló una serie de informaciones que me eran totalmente ajenas hasta entonces. Por desgracia ya no podía pedirle que me relatara detalladamente cuales fueron sus motivaciones
exactas ni los sentimientos que le empujaron a transcribir unos acontecimientos tan cruciales en su vida. He reconstituido el puzzle con la ayuda de mi madre, de las conversaciones con Juan Gutiérrez, un amigo de la familia y de los pocos documentos personales que subsisten de la época. No es hora ni de añoranzas ni de lamentos, seguramente no se lo pregunté personalmente por las mismas razones que ahondaron dentro de muchos de nosotros, una de ellas era el postergar el momento de las preguntas a una fecha incierta. La razón tal vez resida en que siempre pensamos que los seres queridos les tendremos con nosotros indefinidamente…Otro de los motivos es que inconscientemente sabemos que hurgar en los recuerdos de nuestros padres es a veces doloroso o quizás sencillamente sea debido a que siempre impera un halo de pudor a la hora de buscar explicaciones. Hoy, estas parcas frases que mi padre dejó escritas con tinta aturquesada, me revelan la faceta de un hombre sensible a pesar del rudo caparazón con el cual quiso revestirse en más de una ocasión.
Coups de pinceaux dans le creux d’un souvenir.(20) El hombre que vio dos veces la aurora boreal. (Pàgina 1 de 5 )
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Hasta que no se reagruparon todos delante de la estación, el frío tuvo tiempo de helarles las extremidades y todos se miraron haciéndose la misma pregunta: ¿ Y ahora, qué nos depararan las próximas horas? ¿Quién les esperaba en la estación? ¿Un capataz de la mina? ¿Un funcionario? ¿Cómo llegaron a su provisional alojamiento? ¿En coches, en autocares, en tranvía, a pie? ¿ Cómo se haría la llamada? ¿ Por el apellido y el nombre del pozo? ¿ Fulanito de Tal : mina La Petite Bacnure Herstal -Fulanito de Tal Mina l’Espérance – Fulanito de Tal Mina Le Hasard-Cheratte - Fulanito de Tal Mina Belle Vue? Lo cierto es que la noche del 24 de enero, la primera en suelo belga, la pasó en los barracones de la Cantine du Charbonnage de la Petite Bacnure situados en un barrio de Vottem. (**) Afortunadamente las condiciones de alojamiento de los mineros españoles habían mejorado desde que los primeros emigrantes italianos llegasen en el 1946 al acabarse la guerra. A ellos les tocó vivir literalmente hacinados unos barracones militares insalubres por no decir en un medio casi infrahumano y de dónde a penas se acababan de evacuar a los presos detenidos alemanes. ¿Cómo sería la primera noche? Tras la instalación y una vez localizada la cama y ordenado los escasos enseres en sus armarios correspondientes, me imagino que una frugal cena les sería servida en el refectorio de la cantina. Allí, cenando todos juntos, nacerían los brotes de unas primeras amistades que les acompañarían el resto de sus vidas. A partir de ese instante, la amistad remplazaría de algún modo el calor de la familia. Entre bromas y chascarrillos para conjurar la añoranza, esos hombres en la plenitud de su juventud fraternizaron y se sintieron unidos a un destino colectivo. Por orgullo se construyeron también su propia carapaza para disimular unos sentimientos que transparentaban sus emociones. Llego la hora de acostarse en aquella estancia, común para varias personas, sobria e impersonal, una sala que les debió parecer un tanto lúgubre con sus cuantas camas rudimentarias, con sus sábanas ásperas y sus mantas que no conseguirían quitarles el frío del alma y ni tan sólo calentar los recuerdos. Recuerdos y pensamientos que se pegaban como la brea en la oscuridad y que pasaron toda la noche yendo y volviendo como una triste marea. Antes de conciliar el sueño todos los mineros allí presentes debieron repasar todo lo que acababan de dejar atrás. El silencio de la estancia se rompía con la chirriante queja de un somier maltrecho, con un suspiro o el carraspeo de una garganta seca. Las dudas debieron brotar como una avalancha. ¿Acertaron la decisión? ¿No hubiese sido mejor quedarse a pesar de las penurias, de las malas condiciones de trabajo, de las presiones familiares? Tal vez su propio entorno debió pensar que estos hombres perdían su dignidad al abandonar su país y su familia, como si no fuesen lo suficientemente templados para aguantar su condición como los demás, los que se quedaron… Hay que ser valiente para girar las páginas de su propio destino en la búsqueda de unas condiciones de vida mejores, marchar no significa abandono ni tampoco cobardía.
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